Reflejada en
el agua, cual narciso
hasta en lo
más profundo me dañaste
pues no iba yo
de engaños, y me engañaste,
al albor de un
“virtuoso” paraíso.
Quebraste para
siempre el compromiso
y salvo las
palabras que aceptaste,
razones y
entre risas me dejaste
oteando ya las
mieles indeciso.
Y sufrí de tal
modo con decoro
las puertas
que a mi paso se cerraban
diciéndome tan
solo, al oro adoro.
Y así, cuando
tus ojos me miraban
en ellos
descubrí con mucho enojo
lo que entre
los dos me traicionaban.
Juan carlos