Solo su corazón, solo y herido
espera en el andén de los regresos
de la misma estación del que ya es ido.
Cabizbajo medita y con sus rezos
a la tierra advierte que nunca olvide
que prestados guarda tan nobles huesos.
Y aunque su forma de pensar no impide
a la razón acariciar el cielo,
ayuda al alma y entenderlo pide.
Presente su impotencia, es su flagelo
y viste su dolor de rabia y duda,
de recuerdos vanos y de recelo.
Elevarse quiere… ¡verdad… qué cruda!
el lecho tan frío de la sepultura
heló la amistad dejándola muda.
Y sin más compañía ahora, en su andadura,
que el soliloquio triste, ante la ausencia
de su espada, rompe la empuñadura.
El diálogo acaba… la confidencia,
el silencio corta como guadaña
que la muerte ofende a la inteligencia.
juan carlos